En 1678, ante los signos de superpoblación de las Islas Canarias y en respuesta a la apremiante crisis económica, la Corona emite un decreto que obliga a un número determinado de familias a emigrar a América, el conocido como “Tributo de Sangre”.
Durante la segunda mitad del siglo XVI, y como respuesta al inminente despoblamiento de Canarias, la Corona decidió prohibir la emigración de los isleños a América.
Apenas un siglo después se decidirá imponer una terrible medida para paliar este nuevo problema: por cada 100 toneladas de mercancías enviadas desde el Archipiélago al Nuevo Continente, 5 familias canarias debían viajar como colonos y asentarse en las nuevas tierras.
Desde finales del siglo XV, se implantó en Canarias una economía basada en la producción y exportación de azúcar de caña, llegando a haber tan solo en Gran Canaria 25 ingenios azucareros que, mayoritariamente, destinaban su producción a los mercados europeos.
No obstante, el esplendor que llevó a numerosos banqueros a actuar como mecenas de famosos autores de la época, algo que dotó a las “Islas Afortunadas” de un patrimonio cultural y artístico singular en aquel entonces, pronto cayó en crisis.
Pintura de Santa Cruz de Tenerife a finales del siglo XVIII (Pedro de Guezala, MMRC)
La sobreexplotación de los recursos hídricos, la intensa deforestación y la competencia del azúcar norteafricano o brasileño, trajo serios problemas a esta industria azucarera entre finales del XVI y comienzos del XVII.
Este grave receso, debido a una economía que dependía exclusivamente de los flujos de comercio internacionales, llevó a muchos a huir de la pobreza marchándose a América.
Es por esto que, a mediados del siglo XVI, se comenzó a prohibir la emigración canaria al Nuevo Continente, en parte como respuesta a la crisis y, por otro lado, como un intento de asegurar mano de obra para los ingenios azucareros.
Casi 100 años después de la crisis del azúcar, la economía se había reconvertido a la producción y exportación de vinos, como es el caso del malvasía, muy apreciado por Inglaterra (hasta finales del siglo XVII).
Amparada por el éxito de este nuevo y beneficioso comercio, la población canaria llega a crecer un 13% entre 1676 y 1688. Estos signos de superpoblación llevan a la Corona a reeditar las restricciones al comercio que experimentaba Canarias y redacta la Real Cédula de 1678.
Esta Cédula, conocida popularmente como Tributo de Sangre, obligaba a que por cada 100 toneladas que las islas quisieran comerciar con América, debían enviar también a 5 familias canarias.
Esto, además de intentar dar solución a la inminente superpoblación, buscaba poblar zonas inhóspitas de América para evitar que cayeran en manos de otras potencias coloniales, tales como Inglaterra o Francia.
'Emigrantes', obra de Ventura Miguel de los Ángeles Álvarez-Sala y Vigil. 1908, óleo sobre lienzo.
¿Qué consecuencias tuvo el Tributo en Sangre?
El Tributo en Sangre no tenía, en la teoría, un carácter obligatorio, puesto que aquellas familias que pudieran permitírselo (principalmente perteneciente a la élite mercantil) podían pagar una tasa que les eximiese de su cumplimiento.
Por el contrario, en la práctica, la gran mayoría de la población, de origen humilde, no podía hacer frente ni al pago del propio pasaje, llegando a ser compensados por la Corona para hacer frente a los gastos de los primeros meses. Una vez en América se les daba tierras para su explotación.
Así, aproximadamente 15.000 canarios llegaron a emigrar de manera forzada a las actuales República Dominicana, Puerto Rico, Texas, Luisiana, Campeche o Cumaná. Esto llevó a la fundación de ciudades como Montevideo y San Antonio de Texas.
Precisamente San Antonio, fundada hace 300 años, continúa teniendo de aquellos canarios que llegaron, llegando a mantener de manera simbólica algunas tradiciones y actos culturales.
James R Rodríguez;
Foto: El Reto Histórico
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